El Camino del Agua: un modelo comunitario para la seguridad hídrica

En La Huerta San Agustín, Valle de Bravo, el agua ha dejado de ser un recurso predecible. Durante la mitad del año, la comunidad enfrenta sequías extremas; en la otra mitad, lluvias torrenciales que causan erosión y daños materiales. En abril de 2024, las mujeres de la comunidad —compuesta por 250 habitantes– alzaron la voz ante esta crisis hídrica. Ya no podían depender de medidas de emergencia como el reparto de pipas: necesitaban una solución de fondo. Así comenzó El Camino del Agua, un proyecto que busca transformar la escasez en resiliencia y autogestión.

El proyecto tiene como objetivo devolverle a la comunidad la soberanía sobre su recurso más vital. Su modelo de uso circular del agua combina ecotecnologías innovadoras y soluciones basadas en la naturaleza: humedales artificiales de flujo superficial, captación de lluvia en techos, remodelación de lavaderos y techos, cisternas comunitarias y reutilización de agua tratada para riego o recarga de acuíferos. Estas soluciones hacen más que asegurar eficiencia: generan beneficios ecosistémicos reales que fomentan la biodiversidad, regulan el clima y aseguran la belleza paisajística, todo con costos significativamente menores a los de una planta convencional.

Lo más importante del proyecto no es solo la tecnología, sino el proceso participativo. Todas las soluciones fueron co-diseñadas por los habitantes de La Huerta junto con organizaciones como Programa VivA, El Humedal y Somos Micelio, y empresas privadas como Valle Paralelo. Esta alianza técnica y social es lo que ha permitido la construcción de un sistema que es operado por la propia comunidad. Adicionalmente, El camino del agua organiza talleres educativos y actividades artísticas para fortalecer la agencia colectiva y el sentido de pertenencia, lo que forma parte de una cadena de acciones que refuerzan la idea de que la gestión del agua es un derecho y una responsabilidad compartida.

Al participar en esta iniciativa, Valle Paralelo promueve la regeneración socioambiental y la resiliencia climática. Desde nuestra perspectiva, apoyar este tipo de proyectos no es filantropía: es una inversión en permanencia. Se trata de capital que circula con propósito, fortalece la autonomía de las comunidades, restaura sistemas socioambientales y crea modelos replicables frente a retos globales como la escasez de agua.

El Camino del Agua demuestra que la corresponsabilidad, la educación y la innovación comunitaria son claves para un futuro hídrico más seguro: cada aportación de 54,800 pesos garantiza agua de por vida para una persona de la comunidad. Así, la solidaridad se traduce en un impacto tangible, transformador y duradero. Más allá de la infraestructura, el proyecto es un ejemplo de cómo construir comunidad también significa tejer conocimientos y resiliencia colectiva.

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